A las nueve de la mañana ya ando con mi par de nikes buscando ese paradero. Me han dicho que busque la clínica San José. Que está en una esquina. Sobres, pues.
En un ratín la esquina no llega. Por instinto desarrollado siento que debo abandonar el boulevard para buscar la mentada clínica más adentro. Una seño barriendo me indica que le de derecho. Sale, pues. Ai voy. He elegido un suéter rosa con el que me veo algo más gorda, algo más doña. En unas dos cuadras, cuando ya ni me fijo en la clínica, encuentro un pueblecillo, ay, qué lindo!, es San José. Con su respectiva iglesia y parque al lado. Sin faltar las quesadillas mañaneras y claro, el paradero del camión. Siguiendo una vez más mi instinto cruzo la calle. Las combis dan vuelta y toman la dos norte. Me trepo a la ruta nueve. Oiga y está muy lejos el panteón de San Jerónimo?, le pregunto a una ñorsa en un tono falsamente poblano. Me dice que como a cuarenta minutos. Ai vamos, pues. Y ya en la ruta me caen varios veintes. Las indicaciones de mis compañeros de trabajo eran de lo más correctas. En efecto, pasamos por la CAPU, en efecto, a un lado está la fayuca, en efecto, nos dirigimos hacia la autopista. “Y te darás cuenta que San Jerónimo llega porque tiene su iglesita, su parque…” En un momento el viaje es más que agradable. Tenemos a un cantautor que se desgarra interpretando una canción que, en las circunstancias, es más que reiterativa. Más no se si a todos los pasajeros les cuadre que un trovador cobre sus centavos por interpretar canciones tan realistas. ¿No sería mejor que cantara una de josé josé?
Pero ai viene San Jerónimo. Su parque, etc. Pido la parada y me avisa el chofer que para llegar al panteón tengo que caminarle hasta llegar a un puente, atravesarlo y todo derecho. Qué lindo, no dejo de pensar. Puebla tiene la característica de estar organizada en este tipo de barrios. Cada uno tiene su propio centro, parque, iglesia y dos que tres edificios importantes rodeándolos. De tal manera que todos los centros rodean a un centro mayor. Sería impensable en Tijuana buscar el centro del Florido o el de Playas. Tijuana es una ciudad sin centros. Un ideal derridiano.
Una barda blanca despierta mi instinto de que ese es el panteón. Un señor con una pala al hombro me lo confirma. Oiga, y dónde queda Estafeta?, le digo. Ah, pues a la vuelta.
Doblo con mis tenis el vértice donde hace punta la calle y frente a mi aparece una bodega inmensa con camiones a punto de retirar el embarque. “Se solicitan choferes de 18 a 30 años que conozcan la ciudad”. He llegado a otro destino. Slawomir Mrozeck, la mosca, todo correcto, el paquete está en mis manos. Me retiro. La combi de la ruta cuarenta y cuatro me regresará por cuatro cincuenta pesos a la órbita de mi propio centro.