martes, enero 13, 2009

En un feriado

Una de las tareas para la que no se necesita preparación es la de atender una casa aunque hay quienes creen lo contrario. Por esta razón deciden contratar a alguien que se haga cargo de los deberes cotidianos. Fragmentan de esta manera su relación con el hogar. Una relación que debiera crecer lenta e íntima como un tallo verde de bambú.
Denise se había marchado a París. Convenimos en que yo podía quedarme en su casa a cambio de dos mil pesos mensuales y hacerme cargo del gato y de las plantas. El edificio donde se ubicaba el departamento era un inmueble viejo. Algún vecino me platicó que a causa de un divorcio la residencia se había dividido en dos. Subiendo a la azotea además de contemplar el paisaje uno podía apreciar la línea de pintura blanca que la separaba en dos hemisferios.
Me correspondía alimentar a la mascota y regar de vez en vez una hilera de macetas que se ubicaba en el pasillo del extremo derecho. Ignoro los nombres de cada una pero debo decir que desde que me hice cargo de ellas nuevos brotes aparecían dotando al jardín de una verde vivacidad que anteriormente no poseía. Así me lo hicieron ver los vecinos.
También había notado la feliz coincidencia en cuanto al perfil humanístico de los residentes. En el ala derecha teníamos a un médico jubilado y a un profesor de lenguas. El extremo izquierdo albergaba a un comerciante de libros religiosos, una psicóloga y un defensor de los derechos humanos. Todos ellos pasaban por ser personas reservadas y concentradas en sus ocupaciones. La nieta del médico jubilado me hizo ver que se trataba de un vecindario extraño. “¿Extraño?”, -le pregunté-. Sí, me contestó, todos en este edificio son viejos menos tú. Y hasta ese momento creo que ella tenía razón.
Normalmente regaba las macetas por la noche. Aprovechaba para respirar el aire nocturno y disfrutar de la soledad callada del pequeño jardín. Notaba que una a una las plantas iban alzándose y recuperando soberbiamente su naturaleza anterior. Como si la dedicación con que me conducía hacia ellas les permitiera recobrar una olvidada condición vital.
Aquello sucedió en un día feriado. Era viernes y se empataba perfecto para hacer un largo fin de semana. El edificio permanecía tranquilo sin la mayoría de sus habitantes. Tal serenidad me llevó a cambiar la rutina. Empecé por atender el jardín desde la mañana. Cuando llegué a la mitad del pasillo me detuve para arrancar los tréboles silvestres que invadían una maceta. Dentro de ella Denise tenía plantado un pequeño árbol que gracias a mis cuidados floreció. Me preocupó por un instante que el recipiente pronto dejara de ser adecuado para las dimensiones que llegaría a tener el árbol. Y entonces la vi. Sentada en una piedrecilla y resguardada debajo de la sombra que le hacían las ramas del follaje. Era una viejecita pequeña como el dedo índice de la mano. Llevaba lentes, falda larga y unas calcetas. Y estaba dentro del tiesto que contenía aquella planta. ¿Qué hacía allí? Por un momento intenté explicarme que tal vez se tratara de una figurilla de plástico que la nieta del médico jubilado habría olvidado. Pero no era así porque la anciana me miraba directo a la cara con el brillo de los ojos que sólo puede tener un animal o un ser viviente. Y me asusté porque de súbito comprendí la intensidad con que ella me amaba. Era un sentimiento de comprensión total, como si conociera por entero mi vida, desde el inicio hasta aquel momento en que me encontraba. Y presentí con una entera certeza que sabía también lo que habría de venir después. Como es de esperarse solté la jarra con la que echaba el agua. Me tallé los ojos para hacer algo, para no desmayarme, pero lo único que sucedió fue que a partir de entonces cuando me asomo para arreglarme en el espejo me cuesta más distinguir a la mujer joven que era yo antes. De verdad.

En las siguientes entradas tres ensayos mios de mi

La narrativa minimalista de Jesús Gardea: Angel de los veranos

Cualquier repaso por la historia del cuento mexicano debe detenerse forzosamente en la narrativa producida desde las periferias. La escritura que se realiza desde todos los límites: corporales, sexuales, genéricos y geográficos. La detención en esos puntos de intersección revela siempre el potencial que guardan calladamente las culturas que permanecen fuera de los centros. No en balde Yuri Lotman desarrolló una percepción original acerca de las fronteras en su ensayo fundacional Acerca de la semiósfera. El investigador ruso luego de varios años viviendo en la ciudad fronteriza de Tartu, e inaugurar los estudios semióticos en su universidad, fue capaz de dibujar un modelo del funcionamiento dinámico de la cultura a partir de los intercambios entre centro y periferia.
De acuerdo con Lotman, los sectores periféricos en una cultura guardan reservas de procesos dinámicos que contribuyen a la creación de nueva información que pronto es asimilada por el centro trasladando los antiguos textos nucleares a la periferia. Estos intercambios entre núcleo y periferia producen nueva información.
Si asumimos el modelo semiótico de Lotman como una herramienta teórica para el análisis del desarrollo del cuento en México, hemos de notar que el estudio de la narrativa mexicana parte siempre de la definición de la literatura producida en el centro del país para después reconocer el desarrollo de la ficción escrita en los estados de provincia como un fenómeno posterior. Un ejemplo de esto lo tenemos en la Breve historia del cuento mexicano de Luis Leal (1990) cuya metodología de desarrollo asume una cronología que imita la línea temporal que sigue el discurso historiográfico mexicano. El estudio de Luis Leal inicia con el cuento prehispánico, sigue con la colonia, atraviesa el romanticismo y el modernismo y concluye con el expresionismo y “otras tendencias” entre las que cabe el cuento de ambiente provinciano. El objetivo no es descalificar la metodología de Leal sino hacer notar que dentro de nuestra cultura mexicana existe ya establecida una lógica de reconocimiento de las manifestaciones literarias periféricas (que en este caso son geográficas) como acontecimientos posteriores, desarrollados “después” de aquellos que se ocuparon primeramente de la descripción (y en algunos casos de la creación) de la conciencia semiótica del centro de México. De esta manera, los estudios que rescatan las reservas periféricas de la cultura mexicana generalmente parecen dotados por un carácter novedoso.
La narrativa de Jesús Gardea es una de esas literaturas que aparecen después de todo el cotorreo generado por la narrativa nacionalista producida dentro y fuera del centro del país. Alimentada por la estética de narradores minimalistas norteamericanos como Ernest Hemingway y Raymond Carver (y del nuestro: Juan Rulfo), la obra de Jesús Gardea junto con la de Severino Salazar y Ricardo Elizondo Elizondo, inaugura en el mapa literario nacional lo que los críticos, como Vicente Francisco Torres o Christopher Domínguez Michael, dan en llamar “Literatura del desierto”.
El norte de México se identificó plenamente en la geografía literaria nacional hasta los años ochentas con la llamada “Literatura del desierto” cuyas señas consistían, más que nada, en tomar como sustancia del contenido (que no de la expresión; para eso llegaría luego la “Literatura del norte de México” con Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Antonio Parra y Elmer Mendoza a la cabeza) a la atmósfera calurosa del desierto norteño y elaborar con ésta el símbolo estético. En la literatura del desierto el norte mexicano ingresa a la literatura sólo al nivel de significado. Hay en estas narraciones una atmósfera fijada por la presencia constante del sol que delimita un eje espacio-temporal sobre el que gira la mayoría de las historias:

La aridez de mis espacios tiene que ver con la memoria infantil de un conjunto de paisajes que oprimen al que ve y al que vive aquí. Tal vez por eso el sol, como tú dices, cobra la dimensión de un personaje. Ni mis personajes ni yo nos lo podemos quitar de encima. Se trata de un personaje omnipresente que reclama y te roba la atención aunque te niegues. Intenta quitártelo de la piel a ver si puedes (Quemain).


También se advierte en ellas la sensación de soledad que producen los grandes espacios inhabitados y la aridez del ambiente, aunque no en todos los casos. “Literatura del desierto” es finalmente una etiqueta bienintencionada con la cual se dio a conocer un grupo de escritores que coincidieron en el deseo de expresar una forma específica de apropiación del mundo.
En el caso de Gardea no siempre el sol, pero sí la realidad dominada por un fenómeno atmosférico, crea un ambiente que incide en el estado anímico de los personajes. Ángel de los veranos es un ejemplo de esto.
La historia, dispuesta estructuralmente en dos partes, consta de dos líneas narrativas. En la primera, que es la que domina el discurso, un hombre sentado frente a su máquina de escribir recuerda, mediante una serie de retrospecciones, a la mujer amada ausente. Un vecino toca a su puerta pidiéndole ayuda para rescatar un palomar derribado por la nieve y el viento. Luego de varios esfuerzos consiguen entre los dos recuperar a una sola de las palomas viva. La segunda línea narrativa está formada por la serie de acronías con las que se construye la historia del hombre y su amada Nebde. Esta última línea narrativa está alterada en cuanto al orden cronológico y se presenta a manera de constantes interrupciones en el discurso de la primera línea. El narrador es intradiegético y habla en primera persona, manifiesta de forma persistente su deseo de recuperar a Nebde: “Tenía que buscar y encontrar a Nebde, allí, en el cuarto” (: 170). La relación con la mujer amada (¿quién es ella? ¿por qué se fue?) está dada solamente por fragmentos. Hay una parte importante de la relación entre ambos que es elidida, no sabemos qué hace el hombre ahí, por qué la mujer no permanece con él. Y sin embargo, lo que hay en esa elipsis es fundamental para la comprensión de la historia. Este recurso de omitir un acontecimiento importante crea el efecto de reforzar la intensidad de la relación entre ambos pero también la convierte a ella, quien finalmente es la única ausente, en un personaje simbólico. Nebde es un personaje, en cierta forma, plano. Su personalidad está constituida por fragmentos de sí misma que el hombre asocia al ciclo estacional. Puesto que de ella sólo conocemos lo que el hombre que la ama quiere decirnos, Nebde es un símbolo de lo que él necesita. En la narración, una vez que Nebde se va, el invierno inicia, y cada vez que el hombre la recuerda, “recupera” el calor que ella representa en su vida:

El trigo de su pelo, en la sombra, seguía deslumbrándome igual que cuando le dio el sol de la calle. El deslumbramiento entonces no lo entendí cabalmente. Iba a permanecer, para siempre, en mi sangre, en la médula última, alimentándome (: 170).


Nebde simboliza el verano; ella es el ángel de los veranos. Al respecto Mieke Bal observa que los caracteres femeninos en la literatura generalmente no operan como sujetos en el sentido de que sean ellas quienes van en busca de un objeto concreto que precisaría un largo viaje o una tarea física que las ponga a prueba (Bal, 1987: 91); las mujeres siempre representan objetos de deseo en la literatura. De acuerdo con esto en Ángel de los veranos el personaje femenino simboliza, en medio de un ambiente invernal desolado, el deseo por el calor y la felicidad que trae consigo el verano: “El verano canta en mí con toda su potencia. Nebde va a mi lado, silenciosa: ambos caminamos sobre el piso rojo iluminados por una claridad que no es común” (: 171). La búsqueda de este objeto (Nebde = el verano) convierte al relato en una historia de amor típica “en la que el destinatario es el amante despechado y el dador se funde con el objeto: ella ‘se da’ a sí misma” (Bal, 1987: 37).
Pero hay algo más. El hombre en medio de su añoranza por ella es interrumpido por un vecino. Juntos salen a levantar las vigas que han caído encima del palomar. La tristeza del hombre por la ausencia de Nebde se suma al sufrimiento del vecino que encuentra sus palomas muertas. La historia que se cuenta en este relato es en extremo sencilla y como hemos dicho se estructura ocultando una parte sustancial de la fábula. Habría que estudiar profundamente, en otro lugar y otro momento, los rasgos del minimalismo norteamericano que influyeron en la prosa de Jesús Gardea. Aquí destacaremos sólo dos que están presentes en Ángel de los veranos.
Fue Ernest Hemingway quien sugirió en su preceptiva la famosa teoría del iceberg, en la cual sugiere que la parte sustancial de un relato debía permanecer sumergida como un témpano de hielo:

“El témpano conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua por cada parte que deja ver. Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca, y eso sólo fortalece el témpano de uno. Es la parte que no se deja ver. Si un escritor omite algo porque no lo conoce, entonces hay un vacío en el relato.”


Hemingway creía que la omisión no debilitaba sino que fortalecía al texto:


you could omit anything if you knew that [sic] you omitted and the omitted part would strengthen the story and make people feel something more than they understood (Hemingway: 75).

Al omitir la parte sustancial del relato el lector siente que la historia debe tener algo más que lo que está ahí, como sucede con Nebde: ¿quién es la mujer? ¿qué relación tiene ella con el ambiente? ¿por qué debe irse “antes de que empiece la nieve”? ¿por qué sabe el hombre que ella al final volverá? El omitir lo sustancial en Ángel de los veranos consigue potenciar sus significados y convertirlo en un relato altamente polisémico.
El otro rasgo del minimalismo presente es la estructura epifánica que sigue la narración. Una epifanía se hace presente mediante una revelación personal que se manifiesta generalmente como una iluminación en la conciencia. Cuando el hombre y el vecino salvan a la única paloma viva regresan juntos a la casa y, al entrar, súbitamente la luz del sol los ilumina:

De allá nos llega una oleada de luz brillantísima. La paloma viva de mi vecino arde en sus manos como una lámpara. La ola nos deja y va y se estrella en las paredes, enjalgebadas, de la casa; refluye, nos envuelve de nuevo y luego se pierde en el llano. Enceguecidos como estamos, el hombre y yo nos encaminamos a su casa; (…) La alegría de mi vecino es patente: va arrullando al animal, le zurea como si fuera su palomo (: 177).


Barthes afirmaba en S/Z que el relato estructurado como una estrategia para develar una verdad era una de las obsesiones occidentales cuyo origen radicaba en el episodio de Edipo resolviendo el enigma frente a la Esfinge. Barthes tiene razón. En términos generales la concepción moderna de cuento se la debemos a escritores como Poe quien, para mantener la atención de los lectores de folletín, organizaba la estructura del relato creando una trama climática que desataba todos los nudos narrativos en la resolución de un enigma. De hecho, esta idea de la trama climática ha servido como base para elaborar diversas tesis acerca de la naturaleza del cuento como la de Ricardo Piglia, quien afirma que un cuento siempre cuenta dos historias; una de ellas permanece oculta y se apoya en el discurso de la historia manifiesta. El final se produce cuando la oculta se revela como el verdadero motivo de la narración. Pero si atendiéramos a la tesis de Piglia o a la de la trama climática para categorizar a una narración breve como cuento entonces la mayor parte de la narrativa de Jesús Gardea quedaría fuera. Afortunadamente hay tan diversas formas de narrar como diversa es la naturaleza del cuento.
Hemos dicho que en las narraciones de Gardea los factores ambientales como el viento, el sol, la lluvia están presentes en la historia más que meros adornos; ayudan a construir una línea semántica de interpretación. En Ángel de los veranos son la nieve y el viento los elementos que construyen una especie de predecibilidad temática:

Sigue nublado el cielo. Un pájaro pasa y lo raya de negro. La nieve de ayer se extiende hasta donde mi vista alcanza. Su resplandor helado invade el cuarto, destempla las cosas. (…) Por encima de su cabeza miré al cielo de la ventana, más plomizo y amenazador que antes (: 168).

Pero en este cuadro a todas luces predecible de una historia dominada por la melancolía no encontraremos historias ocultas que se revelen ni la solución de un enigma planteado, como querían Piglia y Poe. Las descripciones del ambiente en la narrativa de Gardea construyen un espacio en el cual se delinean situaciones y personajes que sólo sugieren la presencia de una historia latente. Es mediante la elisión, como quería Hemingway, que todo el potencial de significados permanece implícito y, aquí sí: como quería Eco, el trabajo de significación del texto es trasladado al lector.
La esencia misma del relato es, casi nadie tiene duda, la narración de eventos. Por oposición a la narración, tenemos la descripción. Narración y descripción son una díada que estructura los relatos. Gennette en su ensayo Fronteras del relato ve en esta oposición una tendencia acentuada por la tradición literaria reciente, apenas del siglo XX, a privilegiar la narración sobre la descripción (Barthes et al, 1988). Sin embargo, aunque el privilegio del relato radique en su carácter narrativo, es decir, a la sucesión de eventos, existe un problema de definición genérica cuando encontramos literatura como la de Jesús Gardea donde hay poca o nula narración de eventos y el discurso tiende más a ser descriptivo. Un criterio simplista de descalificación a este tipo de relatos sería decir que “no cuentan nada” y por lo tanto no son cuentos propiamente dichos. Pero sí son.
En la oposición narrativo/descriptivo Gennette advierte, brillantemente, dos posturas distintas ante el mundo. La dominada por la narración de hechos es una posición activa mientras que aquella donde domina la descripción es una posición contemplativa del mundo lo que la convierte en más poética, y por lo tanto, dice Gennette, más atractiva. Esto nos permite valorar la narrativa de Gardea como parte de una serie, cuya delimitación precisa no existe aún en la historiografía literaria mexicana, en donde la dominante descriptiva se apoya en una estructura narrativa mínima que instala el relato el espacio antes que en el tiempo.





Bibliografía


Bal, Mieke
1987 Teoría de la narrativa: una introducción a la narratología. Madrid, Cátedra.

Barthes, Roland
1980 S/Z. México, Siglo XXI.

Barthes, Roland et al
1988 Análisis estructural del relato. México, Premia.

Gardea, Jesús
1999 Reunión de cuentos. México, Fondo de Cultura Económica.

Hemingway, Ernest
1964 A Moveable Feast. New York, Scribner's.

Leal, Luis
1990 Breve historia del cuento mexicano. Tlaxcala, Universidad Autónoma de Tlaxcala.

Lotman, Yuri Mijail
1996 La semiósfera I: semiótica de la cultura y del texto. Madrid, Cátedra.

Quemain, Miguel Ángel 2008 “Entrevista a Jesús Gardea”. Tomado de http://www.excentricaonline.com

El camino de Maria. Una lectura de la Magdalena de Marina Tzvetaieva

Magdalena*

Sobre tus caminos no voy a interrogar
Querida, todo se realizó
Yo iba descalzo y tú me arropaste
Con aguaceros de tus lágrimas y de tu cabellera.
No pregunto a qué precio
Se compraron tus esencias
Yo estaba desnudo y tú una ola
Con cuerpo y pared me ceñiste.
Tocaré con mis dedos tu desnudez
Más silencioso que el agua
Y más bajo que la hierba.
Yo era recto
Y tú me inclinaste apretado a tu cariño
Cávame un foso en tus cabellos
Cúbreme sin lino, apaciguadora,
Para qué quiero el mundo
Tú como una ola me lavaste.

* Versión de Víctor Toledo

La vida de María Magdalena se ha construido mediante varios textos. El primero y hasta ahora el más importante es el Nuevo Testamento. En él, María aparece como una de las seguidoras de Jesús que, al igual que los otros doce, deja atrás su pasado para emprender el camino de la iluminación espiritual. Pero, a diferencia de sus colegas masculinos, María no consigue convertirse, para nuestra conciencia colectiva, en un verdadero apóstol. En el devenir de la historia cristiana ella ha asumido los papeles de loca, prostituta, santa y amante. Magdalena es un signo que ha mutado su significado de acuerdo a las necesidades de la cultura donde se actualiza su sentido.

María Magdalena es un signo importante en el culto cristiano. Ella representa la redención y el arrepentimiento a que nos urge la devoción religiosa. Su figura conlleva una carga semántica difícil de erradicar: su vida de pecado y el posterior arrepentimiento nos recuerda que todos tendremos la oportunidad de ser disculpados alguna vez de nuestras faltas. El ejemplo de su vida nos exhorta, a los penitentes, a imitar su conducta. Pero el signo que es Magdalena se constituyó alguna vez, concretamente, por un referente histórico. Según el evangelio de Marcos, María Magdalena fue una mujer a la que Jesús sacó siete demonios. También es ella a la que se le confirma la resurrección de Jesús al tercer día de su muerte. Magdalena es un apóstol, esto se puede demostrar discursivamente. Son pocas las mujeres a las que en más de una ocasión los evangelistas llaman por el nombre propio. María, la madre de Jesús, es una; María Magdalena es la otra. Lo interesante en el caso de la segunda María es que su significante a lo largo de la historia cristiana ha contenido diversos significados. La Magdalena ha sido un signo mutable diacrónicamente. Que ella fue una colaboradora, más que una amante, durante el cristianismo primitivo lo demuestra su protagonismo en la escena de la resurrección. Pero su labor como apóstol se ha visto reducida para otorgarle una identidad más acorde con el rol de la mujer en nuestra sociedad. A ella se la ha hecho portadora de varios significados entre los que domina la imagen de santa arrepentida de un pasado voluptuoso. Pero también es la loca endemoniada y en el mejor de los casos la compañera sentimental de Jesús. María Magdalena es el significante cuyo significado ha sido reformulado en muchas ocasiones para convertirse en símbolo de la mujer transgresora. Como símbolo su vida pierde el peso referencial que le dio origen: ella se convierte en algo que no puede explicarse por su significación literal. Hay, en el símbolo de la Magdalena, un excedente de sentido (Ricoeur, 1968: 68) al que sólo llegamos mediante la comprensión de una significación primaria: ella es una mujer pecadora; que nos lleva a una significación secundaria: ella simboliza a la Mujer, que es pecadora de origen. Si a alguien es preciso redimir es al género femenino pues en su seno yace latente el deseo de la transgresión.

Un poema es ahistórico como toda obra de arte lo es (Paz, 1956: 205-206). Al constituirse en símbolo estético, la obra de arte deja de tener conexiones con el mundo referencial que le dio origen (Prada, 2007). Por esta razón, la sustancia del contenido con que se elabora el símbolo no puede someterse a la verificabilidad. Eso no significa que ignoremos la red de líneas semánticas que dan coherencia a su interpretación. Magdalena de Marina Tzvetaieva es un poema que habla de esa Magdalena, no de otra. Lo sabemos siguiendo cada una de las líneas que conforman la red de isotopías semánticas:

a) Ella, arrepentida, llora y limpia con sus cabellos:
“Yo iba descalzo y tú me arropaste/ Con aguaceros de tus lágrimas y de tu cabellera”

b) Ella es una prostituta:
“No pregunto a qué precio / Se compraron tus esencias”

c) Ella es una amante perturbadora:
“Yo era recto / Y tú me inclinaste apretado a tu cariño”


Si efectivamente las isotopías que señalamos crean una lectura uniforme, predecible, concluimos que el contenido semántico del poema señala hacia una dirección interpretativa: en esta Magdalena leemos a esa Magdalena. Pero en el poema hay algo más que tiene que ver no con la Magdalena misma sino con el que habla. El yo poético es el amante de María. Algún amante de María. El texto que se ha construido en torno a la vida de esta mujer, ya decíamos, se ha separado sustancialmente del referente que le dio origen y en esa separación su significante se llenó de nuevos significados a tal punto que en el imaginario popular Magdalena es ahora la amante de Jesucristo. Por tanto, el yo poético que habla de sus experiencias amatorias en la Magdalena de Tzvetaieva es Jesús.
La vida de Jesucristo, lo sabemos, ha inspirado la creación de toda una cultura. Entre las manifestaciones que vale la pena señalar, puesto que ha inspirado modelos de conducta religiosa y no religiosa, está la creación del monacato. Las órdenes religiosas tienen como pauta de comportamiento imitar el modelo de vida de Cristo. Es decir, vivir una vida inspirada en lo poco que los evangelios aportan sobre la existencia de este hombre. Puesto que el fin de los evangelios no es contar la vida de una persona sino servir de inspiración para el camino espiritual, y en esto los evangelios se auxilian de una estrategia narrativa fundamental: el ciclo vital humano, fue preciso que los evangelistas hicieran una reducción referencial de la vida de Jesús. Si el Mesías del mundo cristiano tuvo una vida sexual o no es algo que los redactores consideraron tal vez innecesario explicar. Pero lo que quiero destacar es que sobre esa reducción referencial el cristianismo construyó todo un modelo de vida a seguir. El pretendido desapego por los placeres carnales es una norma de comportamiento en nuestra sociedad occidental cuyo origen radica en un modelo de vida incompleto. Ya Freud demostró que la sexualidad humana tiene periodos de latencia en nuestro cuerpo que se despiertan y se apagan, intermitentemente, desde la niñez hasta el término de nuestra vida. Llevar una existencia asexuada es imposible. Christopher Domínguez afirma que la irregularidad de la vida de Cristo (a quien los evangelios presentan sin esposa, ni hijos) motivaron “las ineficaces versiones gnósticas que presentaron a Jesús con mujer —celeste o terrenal— y hasta con hijos” (1999). En la vida mutilada de Cristo es María Magdalena quien, en el imaginario colectivo, lo completa. Así lo demuestran las diversas representaciones de ella en la literatura como el poema de Tzvetaieva donde la mujer entrega al redentor la parte vital que le hace falta:

Yo estaba desnudo y tú una ola
Con cuerpo y pared me ceñiste.
Tocaré con mis dedos tu desnudez
Más silencioso que el agua
Y más bajo que la hierba.
Yo era recto
Y tú me inclinaste apretado a tu cariño (…)


El yo poético, que es Jesús, manifiesta su incompletud “Yo estaba desnudo” y le atribuye a la Magdalena el poder de haberle mostrado el mundo “Para qué quiero el mundo / Tú como una ola me lavaste”. En El héroe de las mil caras Joseph Campbell afirma que dentro del lenguaje de la mitología el encuentro con la mujer representa el hallazgo de la totalidad del ser:

El héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta ini­ciación que es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones; nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus trabas. Y si él puede emparejar su signifi­cado, los dos, el conocedor y el conocido, serán libertados de toda limitación. La mujer es la guía a la cima subli­me de la aventura sensorial (: 110).


María Magdalena entregándose a Jesús “Cúbreme sin lino, apaciguadora” cumple la función de completar la figura plana que nos ha entregado la mitología cristiana. Ella humaniza al redentor, lo convierte en un ser de carne y hueso, con deseos propios y no misiones trascendentales: “Para qué quiero el mundo/ Tú como una ola me lavaste”. María Magdalena, como amante, integra a Cristo en el ciclo del héroe puesto que cumple el papel de la mujer como tentación:

Ni siquiera los muros de los monasterios, ni la lejanía de los desiertos, pueden proteger contra las presencias fe­meninas. Porque en tanto que la carne del ermitaño se aferre a sus huesos y se sienta tibia, las imágenes de la vida están alerta para trastornar su mente (: 117).

El ciclo del héroe ha sido descrito por Joseph Campbell como sigue:


1) “La llamada de la aventura”, o las señales de la vocación del héroe; 2) “La negativa al llama­do”, o la locura de la huida del dios; 3) “La ayuda sobrenatural”, la inesperada asistencia que recibe quien ha emprendido la aventura adecuada; 4) “El cruce del primer umbral”, y 5) “El vientre de la ballena”, o sea el paso al reino de la noche. La etapa de las “Pruebas y victorias de la iniciación” aparece en seis subdivisiones: 1) “El camino de las pruebas”, o del aspecto peligroso de los dioses; 2) “El encuentro con la diosa” (Magna Mater), o la felicidad de la infancia recobrada; 3) “La mujer como tentación”, el pecado y la agonía de Edipo; 4) “La reconciliación con el padre”; 5) “Apoteosis”, y 6) “La gracia última” (: 41).

Este camino no es más que una fórmula mítica sintáctica universal del paso del ser humano sobre la tierra basada en una serie de retos a vencer a fin de convertirse en un ser más pleno.
Pero María sigue quedando fuera de la aventura. Como figura femenina a Magdalena se le ha negado completar su camino como la heroína de su propia secuencia. Esto, dice Mieke Bal, es común en la narrativa. Las mujeres “no operan como sujetos en el sentido de que sean ellas quienes van en busca de un objeto concreto que precisaría un largo viaje o una tarea física que las ponga a prueba” (Bal, 1987: 91). Hace falta que a María Magdalena se le inicie, en los textos construidos sobre su figura en esta cultura, en el camino del héroe. Recientemente arqueólogos dieron validez a una serie de manuscritos encontrados en un pueblo de Egipto en 1945 que por todas señas parecen dar cuerpo a un nuevo evangelio, el de María Magdalena. En esos textos ella aparece como un apóstol de la misma categoría que los otros doce. Esto dio lugar a que algunos estudiosos interpretaran que su denigración como prostituta no es más que una estrategia discursiva de la Iglesia para sacarla del lugar que le corresponde. Este hallazgo podría poner en marcha la ruta de Magdalena que la convertiría por fin en la protagonista de su propia historia. Cuando así suceda seremos capaces de leer los textos donde ella aparezca de otra manera.


Bibliografía

Bal, Mieke
1987 Teoría de la narrativa (una introducción a la narratología). Madrid, Cátedra.

Campbell, Joseph
1997 El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México, Fondo de Cultura Económica.

Domínguez Michael, Christopher
1999 “Herman Hesse: la desaparición de los oráculos” en Letras libres de junio. México, Vuelta.

Paz, Octavio
1956 El arco y la lira: el poema, la revelación poética. Poesía e historia. México, Fondo de Cultura Económica.

Prada Oropeza, Renato
2007 Los sentidos del símbolo III. México, Universidad veracruzana.

Ricoeur, Paul
1998 Teoría de la interpretación: discurso y excedente de sentido. México, Siglo veintiuno editores.

La guerra contra el cuerpo en Gordas. Historia de una batalla de Isabel Velázquez

No es común encontrar a la gorda entre las figuras literarias que representan a la mujer. El deseo masculino tiende a privilegiar una imagen de la mujer que representa todo lo Otro que el hombre no puede ser. Así, la mujer ha entrado y salido de los mundos ficcionales convertida siempre en la metáfora de algo que no es ella misma. La mujer literaria es musa, prostituta sagrada, madre naturaleza, guía en el camino, pero difícilmente gorda. La mujer literaria es un signo mutable cuyo significado varía en relación con la cultura. Identificar a la gorda como uno de los significantes de este signo es el ejercicio creativo que llevó a Isabel Velázquez a subvertir el orden tradicional en el que la mujer es representada comúnmente como un objeto de deseo.


La mujer como signo. La mujer naturaleza
Si la mujer es un signo, su cuerpo es el significante que la contiene. Su cuerpo es la expresión de un contenido que regularmente responde a deseos ajenos a su ser. Hay mitos que lo confirman. Uno de ellos es el de la mujer musa. Quienes rastrean los orígenes de la poesía como un acto sagrado han utilizado la metáfora de la musa para atribuirle a ella los arrebatos de delirio de los que surge la creación poética: “La Ninfa o lo divino o la fortuna son potencias que actúan repentinamente, capturan y transforman a su presa” (Calasso, 2004: 27).
La musa es, junto con otras figuras míticas, un símbolo de la naturaleza de la que se ha despegado el hombre. Para recuperar su ser perdido el hombre ficcionaliza una relación antagónica entre él mismo y la naturaleza que, de ser superada, lograría la integración de su unidad.
La explicación de la poesía como un acto irracional provocado por las ninfas se basa en una división donde lo racional está identificado con el mundo masculino y lo Otro, lo inaprensible, lo subjetivo, es femenino. Para entrar en ese mundo “poblado de formas curiosamente fluidas y ambiguas” (Campbell, 1997: 94) que es lo desconocido él necesita a la mujer como mediadora. La identificación de la mujer con la naturaleza es rechazada por feministas como Simone de Beauviour quien ve en esta relación metafórica el deseo del hombre por someterla:

El hombre busca en la mujer el Otro como naturaleza y como su semejante. Pero ya se sabe qué sentimientos ambivalentes inspira la naturaleza al hombre. Este la explota, pero ella le aplasta; nace de ella y en ella muere; ella es la fuente de su ser y el reinado que él somete a su voluntad (: 189).

La mujer como el Otro es también alguien diferente a sí misma; ella es lo que se espera que ella sea.

La gorda es un texto inexistente
El cuerpo de la mujer, su significante, ha sido moldeado por las necesidades de la cultura. En tanto que es percibida como el Otro a ella le es negada una identidad propia. Lo complicado de este proceso es que la imagen femenina que se ha construido culturalmente es apreciada tanto por hombres y mujeres como algo “natural”. El cuerpo, la mente y en general todas las cualidades de ella se han adecuado a lo que la cultura dominada por el hombre ha requerido. Ya que la mujer es aquello Otro que debe poseerse, ella es lo que se desea. En la literatura, dice Mieke Bal, las mujeres siempre son objetos de deseo. Para cumplir con la identidad de objeto inspirador el cuerpo de la mujer debe de someterse a ciertos cánones establecidos:

El ideal de belleza es variable, pero hay ciertas exigencias que son constantes; entre otras, puesto que la mujer está destinada a ser poseída, es preciso que su cuerpo ofrezca las cualidades inertes y pasivas de un objeto” (: 204).

La cultura ofrece un modelo del cuerpo ideal de la mujer como objeto inspirador de deseo. En el mundo occidental una de sus cualidades es la delgadez. Ser esbeltas nos acerca a la belleza que se espera de una. Ser gorda nos aleja, y no sólo eso: ser gorda convierte a las mujeres en textos inexistentes.
Yuri Lotman llevó más lejos el concepto de cultura creando un modelo que explicaba los procesos dinámicos que generan información. De acuerdo a este modelo hay un espacio donde se produce el significado, que él llamó semiósfera, cuyo carácter es delimitado. La semiósfera tiene la capacidad de filtrar la información convirtiéndola en un texto con significado que funciona dentro del sistema. Aquello que permanece fuera de la semiósfera es declarado inexistente. El cuerpo de la mujer, para funcionar como texto dentro del sistema de significación de la cultura debe ser un objeto de deseo, si no logra serlo deja de funcionar como tal. La gorda es un texto declarado inexistente: “The other side of it, as a fat woman you simply don´t exist as a woman” (Velázquez, 2002: 37).

El poder de las mujeres, según Mary Wollstonecraft
Con bastante apasionamiento de por medio Mary Wollstonecraft escribió un texto fundamental que iniciaría un largo debate en torno a la condición femenina. En su Vindicación de los derechos de la mujer Wollstonecraft acusaba al género femenino de ejercer un poder sobre el hombre utilizando artimañas de sensualidad. Las mujeres fueron acusadas por Mary de utilizar falsos refinamientos para continuar dominando al hombre a través de su deseo. Pero Mary, de principio, no confiaba en su género. Al igual que muchas otras brillantes intelectuales ella creía que las mujeres debían aspirar a conseguir cualidades masculinas para convertirse en personas. Pero lo que Mary tal vez no quiso ver es que la belleza que con tanto afán han cultivado las mujeres en todas las épocas es uno de los pocos recursos con que cuentan para su supervivencia. Las mujeres explotan su feminidad porque, como dice Beauvoir, esperan enfrentar al otro sexo con el máximo de sus posibilidades (: 460).
El cultivo de la belleza no es el único de esos recursos. Durante la época de la colonia en la Nueva España las mujeres intentaron utilizar la brujería para inclinar las voluntades masculinas a su favor. Ruth Behar lo demuestra con la presentación de varios casos que fueron llevados al tribunal del Santo Oficio. Además de que los hechizos no prosperaron la Iglesia no tomó en serio las acusaciones deslegitimando así el poder que la población atribuía a estas mujeres.
Belleza y brujería son formas de manipulación sutiles que sólo pueden cultivarse en una sociedad dominada por el hombre. Las armas tradicionales femeninas de las que se quejaba Mary Wollstonecraft son, a fin de cuentas, estrategias utilizadas por un grupo social que no puede enfrentar abiertamente a su opresor.

La gordura como isotopía
La gorda es en nuestra sociedad la mujer a la que se le ha negado la posibilidad de utilizar las estrategias típicamente femeninas. En el discurso tradicional de representación femenina que privilegia la belleza la gorda está desterrada, pero Gordas. Historia de una batalla es un ejercicio creativo que la vuelve a territorializar. Conformada por diez narraciones la novela justifica su estructura fragmentaria al seguir una isotopía temática, la gordura: “Este es un libro de ficción que explora la experiencia de ser gordo en la clase media mexicana. Esto es en sí un ejercicio político” (: 10). Además, la novela quiere concederle existencia a la gorda y el gordo, personajes singulares detrás de la etiqueta. La exploración de Velázquez es también entre los géneros. Estrictamente, la novela Gordas es un libro de cuentos con una coherencia temática. Una mujer sentada en un food court se propone escribir. Aquello que escribe va precedido de lo que transcribe de otras fuentes. Antes de cada cuento o capítulo ella se detiene a explicar sus reflexiones acerca de la gordura. Así encontramos que una de sus primeras afirmaciones es que la naturaleza de la gordura es femenina “los hombres son gordos precisamente porque se abrazan a lo femenino; porque quieren regresar al centro de donde fueron arrancados” (: 14). Los capítulos que conforman la novela van mostrando a manera de inventario todas las tipologías de la gorda en nuestra sociedad. A decir de lo anterior, todo el libro en sí es una gran descripción. En esta novela, la gorda se nombra y se adjetiva de múltiples maneras entre las que queremos destacar especialmente las siguientes.

En los dos extremos: la gorda pobre y la gorda económicamente privilegiada
En el primero de los relatos de Velázquez titulado “Lástima de carita” se retrata la vida de una mujer de clase social elevada que padece de diabetes. Además de los cuidados tortuosos a los que su cuerpo la condena ella sufre el abandono emocional de su esposo e hijas. La gordura aunada a la enfermedad es vista por la mujer como una batalla perdida “¿Cuándo perdió la batalla, en qué momento? ¿Cuándo empezó la rebelión de un cuerpo que ha sido su cárcel y tortura?” (: 23). Ella asume que su cuerpo la ha traicionado puesto que no respondió a los múltiples esfuerzos emprendidos para curarlo; la gordura es algo de lo que hay que liberarse como una enfermedad: “¿Con qué antibiótico se cura la primera dieta a los tres años, los senos doble D a los trece, las burlas, el morbo…?” (: 24). La enfermedad de la gordura es una derrota privada que ella esconde en el cuarto de baño donde cura las heridas de sus pies gangrenados. En este texto se pone de manifiesto el rechazo que aisla a la gorda de la sociedad incluso del más íntimo de los grupos sociales, la familia:


Pero, ¿y si quisiera gritar? Ay, si quisiera gritar falta saber si le alcanzarían las fuerzas para que la oyeran. Hasta el cuarto de las sirvientas; hasta el internado donde estudia su hijo más pequeño; hasta la Torre de Pisa donde sus hijos mayores toman las fotos de sus vacaciones; hasta el cuarto de hotel en Cancún donde su esposo le hace el amor a su secretaria (: 23).

La gorda, como decíamos antes, es inexistente. Ella, por no responder a las exigencias sociales sobre su cuerpo, por no aprender a dominarlo, no cuenta como mujer.
En el otro extremo Velázquez explora la circunstancia de sufrir la gordura en la pobreza. “La ciudad de los palacios” narra la cronología del accidente que sufre una “gordita” al cruzar una avenida principal en la ciudad de México. Tirada sobre el asfalto la “gordita” llama la atención de los transeúntes quienes antes que auxiliarla se detienen a observar el tamaño desproporcionado de su ropa interior:

Se exponen al sol y al ozono unas piernas de proporciones más que generosas y unas pantaletas que fueron lilas, pero ahora son grises; que fueron 42, pero ahora son 48; que tuvieron resorte, pero ahora tienen una grapa y un segurito de pañales para mantenerlas en su sitio (: 57).

El tono cómico de la narración pronto cede a uno melancólico en el que la protagonista recuerda las imágenes de su vida siempre doblemente discriminada por ser pobre y por ser gorda:

Me acuerdo de que el día de mi graduación de secundaria mi mamá cambió la trenza por chongo y se puso unas chapitas y salió con ella de la mano para que todo el barrio las viera. Se acuerda de que llegaron a las rejas del colegio y la monja me dijo que ya no podíamos entrar porque ya no cabíamos (…) Me acuerdo de que la cara me quemaba así como ahorita, cuando su mamá empezó a contar las sillas vacías en el patio (: 60).

La gorda como fenómeno
El circo es el espacio donde la gordura no excluye a la mujer sino que la singulariza. El circo es una maquinaria de ilusiones ambulante donde tienen cabida todos los freaks de la sociedad. Precisamente por ser el circo un espacio heterotópico quienes viven en él son vistos por los demás mortales como individuos dotados de un poder especial. Así sucede con la protagonista de la narración “Esta capa no sirve para volar”.
Aclamada por el público que acude todas las noches a ver su lanzamiento por los aires “la Bomba Humana” es una auténtica heroína para los niños y adolescentes. Su particular atuendo: “un overol plata XXL con estoperoles y unos converse medio madreados que había pintado con spray para que parecieran metálicos” (: 75) y su temeridad para afrontar el peligro:

en todas las funciones yo vi, el maestro de ceremonias se detenía y le preguntaba si le daba miedo, si quería echarse para atrás. Y en todas, absolutamente en todas, la Bomba hacía lo mismo: se levantaba los goggles hasta la frente y le preguntaba al público si quería que se bajara (…) la gente aplaudía, la Bomba hacía pose de Hércules poderoso y se acomodaba con los brazos extendidos sobre la cabeza (: 79).

Todas estas cualidades la convierten a ella en el súper héroe de una juventud desesperanzada. El vuelo de la gorda por los aires es una metáfora de los anhelos de sus espectadores que, al igual que ella, también desean ir más lejos:

Lo importante era estar ahí, ser parte del milagro, ver cómo se elevaba aquella bola y cómo se convertía en un pájaro de plata que nos hacía olvidar la güeva, la ruta, la tristeza, la malilla, la renta, la chota, la vergüenza, la maquila, la migra, la soledad y la falta de esperanza (: 80).

La gorda, es este caso, es un auténtico condensador de las ilusiones de la comunidad. Tan es así que en el imaginario de quienes presenciaron su espectáculo cuando adolescentes la Bomba Humana vuelve a convertirse en el personaje vicario a través del cual se realizan sus deseos:

me gusta acordarme de la Bomba. La imagino subiendo a pata por el puente de la Juárez. Me gusta ver la cara de los cabrones de la migra (…) cuando ven a una morra gordísima que abre los brazos y cae, cae (…) y casi al tocar el lecho seco del río levanta el vuelo con sus enormes alas de murciélago (: 88).

La criptogorda
El fantasma de la gordura acecha la tranquilidad de toda mujer: “De todas las gordas, de todas, una es la más perniciosa y la más tóxica para sí misma. Usa talla cuatro, sale a fiestas, sonríe mucho (…) pero vive atormentada por la posibilidad de ser descubierta” (: 130).
Es una verdad que el deseo del hombre por la mujer ha encadenado a ésta a tratar de alcanzar una identidad que le permita pertenecer y ser aceptada en el mundo. El cuerpo femenino es una entidad colonizada, sujeta al dominio de otro. Los esfuerzos de ella por “mantener al monstruo a raya” han desembocado en la existencia de esos nuevos monstruos reales llamados anorexia y bulimia. El terror a la no pertenencia, a la no aceptación crea la fantasía en la mente de toda mujer de que debe mantener una lucha constante contra su cuerpo. Hay una guerra secreta de la que debemos salir victoriosas a fin de seguir existiendo en el mundo social. Para conseguir mantenerse como objetos de deseo las mujeres han manipulado de una manera sádica su alimentación con vistas a parecerse lo más posible a los modelos promovidos por los mass media. La criptogorda, dice Velázquez, vive una vida de terror constante untándose, tomándose, inyectándose, comprándose lo que sea necesario para evitar que su cuerpo se convierta “repentinamente en calabaza”. Lo paradójico de todos estos afanes es que se han convertido en toda una tecnología instalada dentro de la lógica de producción masculina que, en lugar de liberar a la mujer, sólo contribuyen a acrecentar el patrimonio sociocultural de ellos (Irigaray, 1992: 83).

La fantasía de la inversión
“Dreamer´s Ball” es un relato donde el narrador juega a invertir los valores de los prototipos femeninos. En este juego se privilegian las características de la gorda en oposición a sus compañeras delgadas. Basado en el cuadro del típico baile donde las parejas se encuentran y enamoran se estructura un relato en el que predomina la descripción: “Entren hasta donde los hombres más apuestos nos esperan; donde las gardenias nacen abiertas y mueren en botón; donde los pobres se cubren con diamantes y las viandas engordan sólo a quien no las prueba” (: 65). Se trata de una fantasía en la que la lógica gira en sentido contrario y donde las mujeres obesas representan objetos de deseo. Mediante la descripción se traza un mundo carnavalizado en el que la gorda es deseada, por fin, por los hombres: “Qué bonita papada, quién tuviera esa lonja, quien pudiera dormir junto a esas ondulaciones” (: 65). Ahí, las mujeres delgadas son despreciadas en sus vanos intentos por imitar a las robustas triunfadoras de la noche: “Flacas que se ofrecen en pirueta para enmarcar el donaire de quienes no podrán imitar por más que intenten” (: 66). El relato mantiene un tono de ironía con el que se revela la alteridad de la gorda y se invierte el orden para oponerse a la cohesión de la cultura. Así, las bellezas delgadas son remitidas a la periferia mientras que la gorda ocupa ahora el centro: “Al centro de todo, nosotras las gordas, felices por siempre” (: 66).

La obra Gordas. Historia de una batalla es un ejemplo de escritura femenina. Lo es porque modeliza un mundo tomando como sustancia de la expresión y del contenido una particularidad de la vida femenina. Gordas no es un texto que apueste por la pseudoneutralidad genérica, ni al nivel del fondo ni al nivel del discurso. Deliberadamente se instaura un mundo ficcional donde las preocupaciones sobre las políticas en torno al cuerpo de la mujer ejercidas en el terreno de una ideología hegemónica se ponen en cuestión a través de la risa y la inversión de valores.
Tradicionalmente a la mujer le ha sido negado transitar por el camino del héroe. Cuando se le incluye como parte del relato mítico, ella es siempre la compañera o la amante del salvador; es aquella que lo complementa, nunca la protagonista de su propia secuencia. Sexuar la escritura colocando a la mujer como centro de la historia es crear, como lo sugería Luce Irigaray, genealogías femeninas y códigos lógicos donde ella pueda identificar y recuperar su cuerpo como el significante que contenga los deseos y las preocupaciones propios de su ser.


Bibliografía

Bal, Mieke
1987 Teoría de la narrativa: una introducción a la narratología. Madrid, Cátedra.

Beauvoir, Simone de
2006 El segundo sexo. Buenos Aires, Siglo XXI

Behar, Ruth
xxxx “Brujería sexual, colonialismo y poderes femeninos: opiniones del santo oficio de la inquisición en México” en Asunción Lavrin, Sexualidad y matrimonio en la América Hispánica: siglos XVI-XVIII. México, Editorial

Calasso, Roberto
2004 La locura que viene de las ninfas y otros ensayos. México, Sexto piso

Campbell, Joseph
1997 El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México, Fondo de Cultura Económica

Irigaray, Luce
1992 Yo, tú, nosotras. Cátedra, Madrid.

Velázquez, Isabel
2002 Gordas. Historia de una batalla. México, Fondo Editorial Tierra Adentro