No es común encontrar a la gorda entre las figuras literarias que representan a la mujer. El deseo masculino tiende a privilegiar una imagen de la mujer que representa todo lo Otro que el hombre no puede ser. Así, la mujer ha entrado y salido de los mundos ficcionales convertida siempre en la metáfora de algo que no es ella misma. La mujer literaria es musa, prostituta sagrada, madre naturaleza, guía en el camino, pero difícilmente gorda. La mujer literaria es un signo mutable cuyo significado varía en relación con la cultura. Identificar a la gorda como uno de los significantes de este signo es el ejercicio creativo que llevó a Isabel Velázquez a subvertir el orden tradicional en el que la mujer es representada comúnmente como un objeto de deseo.
La mujer como signo. La mujer naturaleza
Si la mujer es un signo, su cuerpo es el significante que la contiene. Su cuerpo es la expresión de un contenido que regularmente responde a deseos ajenos a su ser. Hay mitos que lo confirman. Uno de ellos es el de la mujer musa. Quienes rastrean los orígenes de la poesía como un acto sagrado han utilizado la metáfora de la musa para atribuirle a ella los arrebatos de delirio de los que surge la creación poética: “La Ninfa o lo divino o la fortuna son potencias que actúan repentinamente, capturan y transforman a su presa” (Calasso, 2004: 27).
La musa es, junto con otras figuras míticas, un símbolo de la naturaleza de la que se ha despegado el hombre. Para recuperar su ser perdido el hombre ficcionaliza una relación antagónica entre él mismo y la naturaleza que, de ser superada, lograría la integración de su unidad.
La explicación de la poesía como un acto irracional provocado por las ninfas se basa en una división donde lo racional está identificado con el mundo masculino y lo Otro, lo inaprensible, lo subjetivo, es femenino. Para entrar en ese mundo “poblado de formas curiosamente fluidas y ambiguas” (Campbell, 1997: 94) que es lo desconocido él necesita a la mujer como mediadora. La identificación de la mujer con la naturaleza es rechazada por feministas como Simone de Beauviour quien ve en esta relación metafórica el deseo del hombre por someterla:
El hombre busca en la mujer el Otro como naturaleza y como su semejante. Pero ya se sabe qué sentimientos ambivalentes inspira la naturaleza al hombre. Este la explota, pero ella le aplasta; nace de ella y en ella muere; ella es la fuente de su ser y el reinado que él somete a su voluntad (: 189).
La mujer como el Otro es también alguien diferente a sí misma; ella es lo que se espera que ella sea.
La gorda es un texto inexistente
El cuerpo de la mujer, su significante, ha sido moldeado por las necesidades de la cultura. En tanto que es percibida como el Otro a ella le es negada una identidad propia. Lo complicado de este proceso es que la imagen femenina que se ha construido culturalmente es apreciada tanto por hombres y mujeres como algo “natural”. El cuerpo, la mente y en general todas las cualidades de ella se han adecuado a lo que la cultura dominada por el hombre ha requerido. Ya que la mujer es aquello Otro que debe poseerse, ella es lo que se desea. En la literatura, dice Mieke Bal, las mujeres siempre son objetos de deseo. Para cumplir con la identidad de objeto inspirador el cuerpo de la mujer debe de someterse a ciertos cánones establecidos:
El ideal de belleza es variable, pero hay ciertas exigencias que son constantes; entre otras, puesto que la mujer está destinada a ser poseída, es preciso que su cuerpo ofrezca las cualidades inertes y pasivas de un objeto” (: 204).
La cultura ofrece un modelo del cuerpo ideal de la mujer como objeto inspirador de deseo. En el mundo occidental una de sus cualidades es la delgadez. Ser esbeltas nos acerca a la belleza que se espera de una. Ser gorda nos aleja, y no sólo eso: ser gorda convierte a las mujeres en textos inexistentes.
Yuri Lotman llevó más lejos el concepto de cultura creando un modelo que explicaba los procesos dinámicos que generan información. De acuerdo a este modelo hay un espacio donde se produce el significado, que él llamó semiósfera, cuyo carácter es delimitado. La semiósfera tiene la capacidad de filtrar la información convirtiéndola en un texto con significado que funciona dentro del sistema. Aquello que permanece fuera de la semiósfera es declarado inexistente. El cuerpo de la mujer, para funcionar como texto dentro del sistema de significación de la cultura debe ser un objeto de deseo, si no logra serlo deja de funcionar como tal. La gorda es un texto declarado inexistente: “The other side of it, as a fat woman you simply don´t exist as a woman” (Velázquez, 2002: 37).
El poder de las mujeres, según Mary Wollstonecraft
Con bastante apasionamiento de por medio Mary Wollstonecraft escribió un texto fundamental que iniciaría un largo debate en torno a la condición femenina. En su Vindicación de los derechos de la mujer Wollstonecraft acusaba al género femenino de ejercer un poder sobre el hombre utilizando artimañas de sensualidad. Las mujeres fueron acusadas por Mary de utilizar falsos refinamientos para continuar dominando al hombre a través de su deseo. Pero Mary, de principio, no confiaba en su género. Al igual que muchas otras brillantes intelectuales ella creía que las mujeres debían aspirar a conseguir cualidades masculinas para convertirse en personas. Pero lo que Mary tal vez no quiso ver es que la belleza que con tanto afán han cultivado las mujeres en todas las épocas es uno de los pocos recursos con que cuentan para su supervivencia. Las mujeres explotan su feminidad porque, como dice Beauvoir, esperan enfrentar al otro sexo con el máximo de sus posibilidades (: 460).
El cultivo de la belleza no es el único de esos recursos. Durante la época de la colonia en la Nueva España las mujeres intentaron utilizar la brujería para inclinar las voluntades masculinas a su favor. Ruth Behar lo demuestra con la presentación de varios casos que fueron llevados al tribunal del Santo Oficio. Además de que los hechizos no prosperaron la Iglesia no tomó en serio las acusaciones deslegitimando así el poder que la población atribuía a estas mujeres.
Belleza y brujería son formas de manipulación sutiles que sólo pueden cultivarse en una sociedad dominada por el hombre. Las armas tradicionales femeninas de las que se quejaba Mary Wollstonecraft son, a fin de cuentas, estrategias utilizadas por un grupo social que no puede enfrentar abiertamente a su opresor.
La gordura como isotopía
La gorda es en nuestra sociedad la mujer a la que se le ha negado la posibilidad de utilizar las estrategias típicamente femeninas. En el discurso tradicional de representación femenina que privilegia la belleza la gorda está desterrada, pero Gordas. Historia de una batalla es un ejercicio creativo que la vuelve a territorializar. Conformada por diez narraciones la novela justifica su estructura fragmentaria al seguir una isotopía temática, la gordura: “Este es un libro de ficción que explora la experiencia de ser gordo en la clase media mexicana. Esto es en sí un ejercicio político” (: 10). Además, la novela quiere concederle existencia a la gorda y el gordo, personajes singulares detrás de la etiqueta. La exploración de Velázquez es también entre los géneros. Estrictamente, la novela Gordas es un libro de cuentos con una coherencia temática. Una mujer sentada en un food court se propone escribir. Aquello que escribe va precedido de lo que transcribe de otras fuentes. Antes de cada cuento o capítulo ella se detiene a explicar sus reflexiones acerca de la gordura. Así encontramos que una de sus primeras afirmaciones es que la naturaleza de la gordura es femenina “los hombres son gordos precisamente porque se abrazan a lo femenino; porque quieren regresar al centro de donde fueron arrancados” (: 14). Los capítulos que conforman la novela van mostrando a manera de inventario todas las tipologías de la gorda en nuestra sociedad. A decir de lo anterior, todo el libro en sí es una gran descripción. En esta novela, la gorda se nombra y se adjetiva de múltiples maneras entre las que queremos destacar especialmente las siguientes.
En los dos extremos: la gorda pobre y la gorda económicamente privilegiada
En el primero de los relatos de Velázquez titulado “Lástima de carita” se retrata la vida de una mujer de clase social elevada que padece de diabetes. Además de los cuidados tortuosos a los que su cuerpo la condena ella sufre el abandono emocional de su esposo e hijas. La gordura aunada a la enfermedad es vista por la mujer como una batalla perdida “¿Cuándo perdió la batalla, en qué momento? ¿Cuándo empezó la rebelión de un cuerpo que ha sido su cárcel y tortura?” (: 23). Ella asume que su cuerpo la ha traicionado puesto que no respondió a los múltiples esfuerzos emprendidos para curarlo; la gordura es algo de lo que hay que liberarse como una enfermedad: “¿Con qué antibiótico se cura la primera dieta a los tres años, los senos doble D a los trece, las burlas, el morbo…?” (: 24). La enfermedad de la gordura es una derrota privada que ella esconde en el cuarto de baño donde cura las heridas de sus pies gangrenados. En este texto se pone de manifiesto el rechazo que aisla a la gorda de la sociedad incluso del más íntimo de los grupos sociales, la familia:
Pero, ¿y si quisiera gritar? Ay, si quisiera gritar falta saber si le alcanzarían las fuerzas para que la oyeran. Hasta el cuarto de las sirvientas; hasta el internado donde estudia su hijo más pequeño; hasta la Torre de Pisa donde sus hijos mayores toman las fotos de sus vacaciones; hasta el cuarto de hotel en Cancún donde su esposo le hace el amor a su secretaria (: 23).
La gorda, como decíamos antes, es inexistente. Ella, por no responder a las exigencias sociales sobre su cuerpo, por no aprender a dominarlo, no cuenta como mujer.
En el otro extremo Velázquez explora la circunstancia de sufrir la gordura en la pobreza. “La ciudad de los palacios” narra la cronología del accidente que sufre una “gordita” al cruzar una avenida principal en la ciudad de México. Tirada sobre el asfalto la “gordita” llama la atención de los transeúntes quienes antes que auxiliarla se detienen a observar el tamaño desproporcionado de su ropa interior:
Se exponen al sol y al ozono unas piernas de proporciones más que generosas y unas pantaletas que fueron lilas, pero ahora son grises; que fueron 42, pero ahora son 48; que tuvieron resorte, pero ahora tienen una grapa y un segurito de pañales para mantenerlas en su sitio (: 57).
El tono cómico de la narración pronto cede a uno melancólico en el que la protagonista recuerda las imágenes de su vida siempre doblemente discriminada por ser pobre y por ser gorda:
Me acuerdo de que el día de mi graduación de secundaria mi mamá cambió la trenza por chongo y se puso unas chapitas y salió con ella de la mano para que todo el barrio las viera. Se acuerda de que llegaron a las rejas del colegio y la monja me dijo que ya no podíamos entrar porque ya no cabíamos (…) Me acuerdo de que la cara me quemaba así como ahorita, cuando su mamá empezó a contar las sillas vacías en el patio (: 60).
La gorda como fenómeno
El circo es el espacio donde la gordura no excluye a la mujer sino que la singulariza. El circo es una maquinaria de ilusiones ambulante donde tienen cabida todos los freaks de la sociedad. Precisamente por ser el circo un espacio heterotópico quienes viven en él son vistos por los demás mortales como individuos dotados de un poder especial. Así sucede con la protagonista de la narración “Esta capa no sirve para volar”.
Aclamada por el público que acude todas las noches a ver su lanzamiento por los aires “la Bomba Humana” es una auténtica heroína para los niños y adolescentes. Su particular atuendo: “un overol plata XXL con estoperoles y unos converse medio madreados que había pintado con spray para que parecieran metálicos” (: 75) y su temeridad para afrontar el peligro:
en todas las funciones yo vi, el maestro de ceremonias se detenía y le preguntaba si le daba miedo, si quería echarse para atrás. Y en todas, absolutamente en todas, la Bomba hacía lo mismo: se levantaba los goggles hasta la frente y le preguntaba al público si quería que se bajara (…) la gente aplaudía, la Bomba hacía pose de Hércules poderoso y se acomodaba con los brazos extendidos sobre la cabeza (: 79).
Todas estas cualidades la convierten a ella en el súper héroe de una juventud desesperanzada. El vuelo de la gorda por los aires es una metáfora de los anhelos de sus espectadores que, al igual que ella, también desean ir más lejos:
Lo importante era estar ahí, ser parte del milagro, ver cómo se elevaba aquella bola y cómo se convertía en un pájaro de plata que nos hacía olvidar la güeva, la ruta, la tristeza, la malilla, la renta, la chota, la vergüenza, la maquila, la migra, la soledad y la falta de esperanza (: 80).
La gorda, es este caso, es un auténtico condensador de las ilusiones de la comunidad. Tan es así que en el imaginario de quienes presenciaron su espectáculo cuando adolescentes la Bomba Humana vuelve a convertirse en el personaje vicario a través del cual se realizan sus deseos:
me gusta acordarme de la Bomba. La imagino subiendo a pata por el puente de la Juárez. Me gusta ver la cara de los cabrones de la migra (…) cuando ven a una morra gordísima que abre los brazos y cae, cae (…) y casi al tocar el lecho seco del río levanta el vuelo con sus enormes alas de murciélago (: 88).
La criptogorda
El fantasma de la gordura acecha la tranquilidad de toda mujer: “De todas las gordas, de todas, una es la más perniciosa y la más tóxica para sí misma. Usa talla cuatro, sale a fiestas, sonríe mucho (…) pero vive atormentada por la posibilidad de ser descubierta” (: 130).
Es una verdad que el deseo del hombre por la mujer ha encadenado a ésta a tratar de alcanzar una identidad que le permita pertenecer y ser aceptada en el mundo. El cuerpo femenino es una entidad colonizada, sujeta al dominio de otro. Los esfuerzos de ella por “mantener al monstruo a raya” han desembocado en la existencia de esos nuevos monstruos reales llamados anorexia y bulimia. El terror a la no pertenencia, a la no aceptación crea la fantasía en la mente de toda mujer de que debe mantener una lucha constante contra su cuerpo. Hay una guerra secreta de la que debemos salir victoriosas a fin de seguir existiendo en el mundo social. Para conseguir mantenerse como objetos de deseo las mujeres han manipulado de una manera sádica su alimentación con vistas a parecerse lo más posible a los modelos promovidos por los mass media. La criptogorda, dice Velázquez, vive una vida de terror constante untándose, tomándose, inyectándose, comprándose lo que sea necesario para evitar que su cuerpo se convierta “repentinamente en calabaza”. Lo paradójico de todos estos afanes es que se han convertido en toda una tecnología instalada dentro de la lógica de producción masculina que, en lugar de liberar a la mujer, sólo contribuyen a acrecentar el patrimonio sociocultural de ellos (Irigaray, 1992: 83).
La fantasía de la inversión
“Dreamer´s Ball” es un relato donde el narrador juega a invertir los valores de los prototipos femeninos. En este juego se privilegian las características de la gorda en oposición a sus compañeras delgadas. Basado en el cuadro del típico baile donde las parejas se encuentran y enamoran se estructura un relato en el que predomina la descripción: “Entren hasta donde los hombres más apuestos nos esperan; donde las gardenias nacen abiertas y mueren en botón; donde los pobres se cubren con diamantes y las viandas engordan sólo a quien no las prueba” (: 65). Se trata de una fantasía en la que la lógica gira en sentido contrario y donde las mujeres obesas representan objetos de deseo. Mediante la descripción se traza un mundo carnavalizado en el que la gorda es deseada, por fin, por los hombres: “Qué bonita papada, quién tuviera esa lonja, quien pudiera dormir junto a esas ondulaciones” (: 65). Ahí, las mujeres delgadas son despreciadas en sus vanos intentos por imitar a las robustas triunfadoras de la noche: “Flacas que se ofrecen en pirueta para enmarcar el donaire de quienes no podrán imitar por más que intenten” (: 66). El relato mantiene un tono de ironía con el que se revela la alteridad de la gorda y se invierte el orden para oponerse a la cohesión de la cultura. Así, las bellezas delgadas son remitidas a la periferia mientras que la gorda ocupa ahora el centro: “Al centro de todo, nosotras las gordas, felices por siempre” (: 66).
La obra Gordas. Historia de una batalla es un ejemplo de escritura femenina. Lo es porque modeliza un mundo tomando como sustancia de la expresión y del contenido una particularidad de la vida femenina. Gordas no es un texto que apueste por la pseudoneutralidad genérica, ni al nivel del fondo ni al nivel del discurso. Deliberadamente se instaura un mundo ficcional donde las preocupaciones sobre las políticas en torno al cuerpo de la mujer ejercidas en el terreno de una ideología hegemónica se ponen en cuestión a través de la risa y la inversión de valores.
Tradicionalmente a la mujer le ha sido negado transitar por el camino del héroe. Cuando se le incluye como parte del relato mítico, ella es siempre la compañera o la amante del salvador; es aquella que lo complementa, nunca la protagonista de su propia secuencia. Sexuar la escritura colocando a la mujer como centro de la historia es crear, como lo sugería Luce Irigaray, genealogías femeninas y códigos lógicos donde ella pueda identificar y recuperar su cuerpo como el significante que contenga los deseos y las preocupaciones propios de su ser.
Bibliografía
Bal, Mieke
1987 Teoría de la narrativa: una introducción a la narratología. Madrid, Cátedra.
Beauvoir, Simone de
2006 El segundo sexo. Buenos Aires, Siglo XXI
Behar, Ruth
xxxx “Brujería sexual, colonialismo y poderes femeninos: opiniones del santo oficio de la inquisición en México” en Asunción Lavrin, Sexualidad y matrimonio en la América Hispánica: siglos XVI-XVIII. México, Editorial
Calasso, Roberto
2004 La locura que viene de las ninfas y otros ensayos. México, Sexto piso
Campbell, Joseph
1997 El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México, Fondo de Cultura Económica
Irigaray, Luce
1992 Yo, tú, nosotras. Cátedra, Madrid.
Velázquez, Isabel
2002 Gordas. Historia de una batalla. México, Fondo Editorial Tierra Adentro